Tú, pasajero de ojos verdes, eres mi destino improbable.
Eres mi destino en este tren invertido,
donde las agujas me rasgan las ruedas por el miedo,
en vez de guiarme a tus brazos.
Donde las vías se clavan en mis venas,
paralizando la marcha, en vez de llevarme a ti.
Pero, al contrario, eres mi improbable,
aunque el destino hubiese querido unirnos,
porque te conocí como se conocen los olvidados,
por tu voz y no por tu rostro.
Esas horas de lectura que yo te robé,
fueron tu carta de presentación y las cogí de tus manos,
cuando ellas todavía no sabían nada de mí.
Esas palabras que profané de tu boca,
las hurté y me acosté con ellas,
como aquella palabra no dicha por dos amantes mudos.
Y lo hice con el clamor de la culpa,
porque el cielo que me condenó,
te condenó a ti también por cómplice de mi error.
Por compañero de mi solitario secreto.
Por observador ciego de este mundo en penumbra.
Pero eso no impedirá que siga pensando en ti,
a cada hora, minuto y segundo
de este tiempo frenado en seco por el dolor,
y siga sintiéndote condenado a ser mi destino,
porque sé que tú me devolverás aquello que yo nunca fui
y que tanto deseo recuperar.
Seguirás brillando como el sol que alumbra esta profunda y oscura cueva
en la que me encuentro sin recordar cuándo bajé.
Continuarás salvándome cada vez,
aun estando ya muerta, aun siendo insalvable.
Te equivocarás una y otra vez,
en cada acertada palabra que consiga remover
hasta el último milímetro de mi ausente alma.
Conquistarás todos los territorios que nunca fueron míos,
y me los devolverás para que los vuelva a descubrir por primera vez.
Me harás sentir con tus manos todas las caricias que no me diste
y tanto deseaba sentir,
aunque sabes perfectamente, mi tímido héroe y audaz pintor,
que si no fueron dados no fue por mi culpa,
sino por mi anhelo de no condenarte a mi desdicha.
Mis labios callarán a viva voz todo lo que te dije mientras no decían nada,
todos los silencios que te grité,
todos los besos que no saboreaste de mis labios,
todos los suspiros que ya salían vacuos de mi boca.
Y, sobre todo, como esa profecía que nunca se cumplirá,
porque se escribió muerta nada más verla nacer;
sabía, sé y sabré, que eres con toda seguridad,
el más improbable de mis destinos.
Porque aun sintiendo que estamos predestinados,
el mismo destino me ha gritado flojito a mi oído
lo improbable que será yacer junto a ti.
Y por esa maldición de no poder llegar a ti,
me obligo sin querer obligarme, a apartarte de mí.
Por eso te pido, si quieres, que seas… mi destino improbable.
Extracto de «Mentiras que dan magia»
Uno de tantos trocitos que he tenido que eliminar en el proceso de corrección de la novela