Escuchando aquella canción que tanto le gustaba, él le preguntó por qué era su preferida. Ella, en un ataque de debilidad de su pasado, esta vez no utilizó la palabra agua para evadir el tema, como hacía continuamente ante cualquier asunto que rozase de alguna manera su pasado, y se lo explicó.
Le comentó un sueño que tuvo hace muchos años, donde, en medio de una vía del tren desierta, sin edificios, ni montañas, ni bosques, nada; soñó con un chico que veía de espaldas. El viento azotaba suavemente una ancha camisa que ondeaba en un movimiento serpenteante en su cuerpo. Los brazos los tenía cruzados, no en una posición de dureza o enfado, sino como abrazándose por el frío que sentía. Recordaba perfectamente que, como si de una película se tratase, escuchaba de fondo esa canción, Torn, acompañando la sensación de soledad del sueño.
Era tan fuerte ese sentimiento que, cuando se despertó, se dio cuenta de las tímidas lágrimas que había posado suavemente en la almohada y sintió la sequedad de la sal de esa lágrima que hacía tiempo se desprendió de su ojo, mejilla abajo, como la prueba irrefutable de un dolor que había sentido, pero del que no se acordaba.
Le impactó tanto ese momento que cada vez que escuchaba la canción, su cuerpo reaccionaba con una mezcla de emoción y melancolía que le hacía sentir… viva.
Mientras le explicaba esa historia, ella sintió que él podría haber sido ese chico que soñó en un tiempo tan lejano. Idea que era absurda porque fue hace más años que los que una década puede contener, porque fue en un país con un océano por medio, porque fue en una vida de la que no queda absolutamente nada. Claro que no era él… pero sintió que, si alguien en este mundo podría llegar a serlo, sin duda sería él. El chico solitario en esa vía del tren.
Pedacito de mentira extraido de la revisión de «Mentiras que dan magia»